La primera vez que oí que existían los mongoles, fue en la escuela.
Me impresionaron mucho tanto sus costumbres, su modo de vida nómada, sus viviendas, confeccionadas con pieles, madera y telas, así como los personajes Ghesar Khan y Gengis Khan.
Me sentí muy unida a todos ellos, humildes y poderosos, guerreros y seres de paz, pero nunca imaginé que tuviera la oportunidad de poder disfrutar de una de esas casas, llamadas “Yurtas” en Siberia.
Para llegar allí en la bellísima región de Altai desde Moscú, tuve que tomar un vuelo nocturno de unas 5 horas. Llegué A Siberia a las 6 de la mañana.
Una vez en la Ciudad de Barnaul, antigua Ciudad minera del siglo XIX, me desplacé en un jeep con un chofer que solo hablaba ruso y nunca había visto en mi vida y que había identificado en el aeropuerto, porque Llevaba un cartel de cartón que decía “ALICIA”.
Así, sin poder casi comunicarnos, hicimos un camino entre girasoles y carreteras de tierra, unas 11 horas. A la mitad del camino se paró y sin decirme nada sacó de la cajuela dos bolsas de dormir y a pleno sol ardiente, quedamos profundamente dormidos sobre la tierra, hasta que me despertó para seguir camino, en donde nunca encontramos ni un baño, ni un restaurant. Finalmente llegamos al típico Pueblo Siberiano de Tchendek, donde mis gentiles “hostess”, Nadia y Vladimir, me hospedarían como una deferencia por llevar la Bandera de la Paz, hasta tan remotos parajes.
En esta ocasión, me habían arreglado mi cuarto, como si esperaran a una novia. Y también tenían ducha y el “Vania” cuyo baño ruso tomaba todos los días, aunque yo no me atrevía a hacer lo que ellos, de meterse inmediatamente después de la sauna al agua helada, en el bellísimo riachuelo glaciar que pasaba enfrente de la acogedora casa de madera.
Como todo Siberia, tiene una capa de agua abajo del pasto, salía todas las mañanas a caminar con botas prestadas y una manta con hule para poder sentarme cuando deseara observar aquellos maravillosos parajes, llenos de belleza y misticismo, donde me fascinaba meditar las horas, contactando con mis amados Maestros, sin darme cuenta del tiempo.
En una ocasión me preguntaron si me gustaría conocer une yurta estilo mongol a lo que acepté encantada.
Desde el momento en que entré, me sentí como en casa. Su acogedora forma exagonal, el fuego a la mitad del recinto, el tubo de la chimenea en el techo para que saliera el humo, los cojines multicolores, sus camas todas seguidas pegadas a la pared alrededor del fuego …. Todo me era familiar.
La dueña de la casa, llamada Zhoya Muzykova, con su carita redonda y sus pequeños ojos, me hizo sentir aún más esta bella sensación de familiaridad.
Ella y su hija que era la Maestra del Pueblo llamado Tchendek en Altai, me recibieron con un gran ramo de flores silvestres, emocionadas porque me expresaron que yo era ya una conocida para ellas, porque me habían visto en una telenovela, llamada “Los ricos también lloran”.
En realidad, no éramos dos simples amigas, parecíamos madre e hija, alegrándonos del reencuentro.
Con amor y delicadeza me mostró todos los detalles de la “yurta”:
Las cunas para los recién nacidos que las ponían encima de las chimeneas, para que los bebés pudieran soportar los 40 grados bajo cero en invierno, lo metates igual que el de los indígenas mexicanos, para moler el trigo, las cortinas adornadas con tiras multicolores, los edredones, hechos de retazos de tela, los cuadros con la historia de Mongolia, los muñecos vestidos a la usanza, confeccionados por ella, y sobre todo la cordialidad y el amor que me estaban prodigando, me hizo sentir la mujer más feliz del mundo.
Insistió en que me vistiera a la usanza de las novias mongolas, a lo que yo accedí con gusto.
No faltó entre todas sus gentilezas el famoso”chai” o the mongol, que estaba delicioso, con galletitas hechas por ella, miel y un cariño que emanaba felicidad al tenerme allí en familia.
Como una imagen habla más que mil palabras, me permitiré transportarte a esa acogedora “yurta” para que la sientas y la goces tanto como yo la gocé.
Tchendek-Altai-Siberia 2008 |